“Jesús del Gran Poder, ¡qué manera más valiente de llamar a Cristo!”

ENTREVISTA A MONSEÑOR CAMILO OLIVARES GUTIÉRREZ, DIRECTOR ESPIRITUAL DE LA HERMANDAD. ANUARIO 2009.

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Es una noche aún tibia de octubre. D. Camilo Olivares, historia viva de la iglesia de Sevilla, del Barrio de San Lorenzo y por supuesto de nuestra Hermandad, nos recibe en su casa. Casi un museo lleno de obras no sólo de arte, sino también litúrgicas y sobre todo de recuerdos de una vida plena en experiencias y frutos de amistad. Casi treinta años de director espiritual de la Hermandad del Gran Poder, setenta y seis años de hermano, a este vecino de San Lorenzo nacido en Madrid, todo hospitalidad, se le nota que disfruta recibiendo, contando… y fumando (“siempre he fumado mucho, menos un tiempo en que uno de mis profesores del seminario me dijo que a ver si fumaba menos, aunque fuera como ofrenda o promesa”). Su envolvente conversación es acercarse a un dilatado período de la historia de nuestra Hermandad. “Más de siete décadas de recuerdos tienen esto”: la Segunda República y la Guerra, los Cardenales Segura, Bueno Monreal y Amigo Vallejo, las Novenas en San Lorenzo, el recuerdo siempre presente del Beato Spínola, la nueva Basílica, las restauraciones del Señor, procesiones extraordinarias… Y aún así enfrascado en nuevos proyectos, como el libro “Anecdotario de mis años de sacerdote” que espera pronto vea la luz. Pero D. Camilo nos pide que no hablemos de su vida, que eso no le importa a sus hermanos, que hablemos de la Hermandad y del Señor, que es lo que nos une y para lo que se ha ofrecido.

Según las actas es recibido como hermano del Gran Poder el 26 de abril de 1932, pero sus vínculos con la hermandad provienen de antes. ¿Cómo comienza su vinculación con la Hermandad?

Mi familia siempre vivió cerca de San Lorenzo, en varias casas, especialmente en la Calle Martínez Montañés. Y mi padre estuvo especialmente vinculado con la hermandad. Antes no era costumbre hacer hermanos recién bautizados, esa tradición es más reciente. Entonces se pedía que por lo menos pudiera poner la mano en las Reglas y besarlas, yo creo que tendría unos cinco años. Te exigían que aunque fueras un niño supieras lo que hacías al menos gestualmente. Yo tuve después hermanos que sí que los hicieron hermanos recién bautizados.

¿Y su familia, nos habla de su padre? ¿Qué recuerdos tiene que los vincularan con la Hermandad?

Sobre todo mi padre. Desde cuándo, no lo recuerdo, pero recuerdo a mi padre muy entregado a la Hermandad del Gran Poder y estuvo varias veces en la Junta Directiva. Y participó en la fundación de la Bolsa de Caridad. Recuerdo verlo en casa con los primeros reglamentos que hubo de la Bolsa. No creo que llegara a formar parte, pero sí que estoy seguro que desde la Junta o como fuera, él ayudó en la puesta en funcionamiento de la Bolsa con D. José Morón, en el año 1954.

Luego, el primer recuerdo claro que tengo de niño, son las Novenas al Señor, asistir con mi padre y con mi madre.  Como yo tengo cierta edad, recuerdo que era todo solemnísimo, hay fotografías preciosas de la época, de los altares magníficos, altísimos, con el manifestador del Santísimo en lo alto por encima de la imagen del Señor. Recuerdo que casi todo el barrio asistía a la Santa Misa de once en la Capilla, en la que como no llegáramos temprano no había sitio. Yo creo que no es que fuera la Misa de Hermandad, sino que realmente no había Misa más clásica en el barrio de San Lorenzo que acudir por la mañana de domingo que a la de once a la Capilla del Señor.

¿Cómo giraba la vida entorno al barrio y la devoción al Señor?

La Novena no era un acontecimiento en el barrio de San Lorenzo, sino que lo era en toda la ciudad de Sevilla. Porque por entonces para la Novena se buscaban predicadores de fama yo creo que casi universal, pues el plantel de predicadores siempre fue de vanguardia: el Padre Benavente. Yo creo que la devoción al Señor permanece igual. O quizá sea mayor porque Sevilla ha crecido y además la devoción ha llegado a otros puntos.

¿Y la Función Principal? Antes se hacía por la mañana y había que asistir a la Comunión antes que a la Función Principal, por lo que había que ir primero a las ocho de la mañana y después a las once y los niños apenas tenían tiempo para abrir los regalos de los Reyes…

Es cierto que como había que ir a las ocho y media y a las once después, no daba tiempo a nada. Para eso había una razón, que era el ayuno eucarístico y que prohibía que se tomara alimento alguno desde el levantarse hasta recibir la Comunión. Y ese era día de Comunión General. Y claro, además era la Función Principal, que en aquel tiempo eran aún más largas que ahora. ¿Y a ver quién iba a aguantar una función en ayunas? Pues para eso se comulgaba antes, a las ocho u ocho y media era la Misa de Comunión y a las dos horas o así se iniciaba la Función Principal, que yo creo era más larga porque los curas se explayaban más aún que ahora. En aquellos tiempos esto era muy común, y pasaría también en la Novena. Además la Comunión se podía recibir ordinariamente acercándose al Sagrario en cualquier momento del día, pues a petición de los fieles el Padre encargado daba la comunión en cualquier momento.

Otro momento esperado todo el año era el Besamanos. Ya he contado otras veces del famoso Besamanos del Señor cuando yo era pequeño, en el paso. Era yo niño, no sé si con diez u once años, y recuerdo estar en lo alto del paso de la mano de mi padre. Había una escalera de subida y otra de bajada, con el paso del Señor en la nave central de la parroquia. (El paso aparecía envuelto aún en el cajón de almacenamiento para protegerlo de las propias escaleras).Y lo he contado muchas veces ya que una vez, un hombre alzó la cabeza tras besar la mano, se dio con la corona de espinas del Señor en su frente y se hizo una brecha y rompió alguna espina de la cabeza y algún trozo de la corona. Entonces, Antonio Pulido, el famoso capiller de entonces, cogió y sirviéndose de una alacena en la que tenía de todo en la Sacristía de San Lorenzo, le puso lo que ahora llamamos tiritas, entonces un tafetán, y lo curó primero al devoto y después al Señor, que le pegó el desprendimiento de la corona con sus herramientas.

¿Y la devoción a la Virgen, cómo la ha visto desde sus orígenes en la Hermandad?

Siempre ha estado como ahora, en un plano diferente al del Señor. Hay que recordar la anécdota del Beato Marcelo Spínola señalando que iban muchos hermanos con el Señor y muy pocos con la Virgen en la Estación de Penitencia. Y El Beato dijo “la Virgen no se enfada porque queráis ir con su hijo, pero de todas maneras esto tendría una fácil solución, y es que cambiaran los cirios de color del Señor a la Virgen, del tiniebla al blanco, y así ya quedaran repartidos desde la salida”. Porque si no, los hermanos se escondían por la Parroquia de San Lorenzo para ir cerquita del Señor. Aún así, la Virgen ahora también tiene su crecimiento devocional. Y yo en eso me adelanté a los tiempos. Yo cuando en mis primeros años salía de nazareno, siempre lo hacía con la Virgen.

Yo creo que entonces se salía algo mayor por primera vez, quizá con dieciséis o diecisiete años, con eso se era muy estricto. Pero los años que salí, yo siempre lo hice con la Virgen. Por amor a la Madre de Dios, ésas eran las razones espirituales, pero luego había otras. Y es que yo iba pegado al paso de la Virgen, incluso algunos años con una bocina. Y como entonces el tramo de la Virgen era más corto, en algunas calles veía de espaldas al Señor. Y también tengo que decir que yo hacía con verdadero gozo y disfrute la Estación de Penitencia, pero que para mí era una verdadera penitencia por duro: la túnica, el capirote, era muy duro.

Eso sí, las madrugadas entonces, el público y la devoción eran grandes, pero siempre extractado al número de personas que vivían en Sevilla. Pero indudablemente el respeto y el silencio especialmente al paso del Señor eran muy altos. Había más orden. Y entonces había una cosa preciosa, que eran los cientos de mujeres que iban tras el paso del Señor  que incluso en la lista se contaban como parte del cortejo del Señor.

Usted ha vivido o recuerda dos períodos especialmente difíciles en la vida de las hermandades, la Segunda República y la Guerra Civil, ¿qué recuerda o que oyó de aquellos años en su casa?

Eran mis años de niño, pero recuerdo perfectamente en estos períodos el miedo que se pasó durante la Segunda República, en concreto en los momentos durante la quema de iglesias y conventos. Y recuerdo que mi padre, con otros hermanos, hicieron turnos para permanecer en el templo las 24 horas del dia. Y lo mismo pasó en 1936, que aquí fue poco lo que se armó, pero en los primeros días también se hacían guardias. En la República, mi padre cenaba y se iba corriendo a la capilla. Ejemplar fue la conducta del párroco D. Juan Barquero, un sacerdote muy celoso, de carácter un poquito fuerte –también muy venerable y caritativo-, y que ya era muy mayor por aquellos años y que se empeñaba también en quedarse allí toda la noche y decía: “ustedes están vigilando al Señor y yo estoy vigilando toda la parroquia y el Santísimo Sacramento”.  Cuando fueron pasando los años y ya las mujeres se aligeraban un poco de ropa para ir a la iglesia, recuerdo que este párroco lo pasó fatal, especialmente los viernes, que claro, venían muchas. Recuerdo que a mi madre una vez la dijo, “Dª Emilia, usted que siempre viene tan bien, tan correctamente vestida… ¿por qué se pinta las uñas?”. Y es que D. Juan era un magnífico sacerdote pero también un poco especial.

Recordará entonces la procesión extraordinaria de mayo de 1939. ¿Cómo se vivió?

Fue la Salida Extraordinaria por la conclusión de la Guerra y el precioso triduo que se hizo en la Catedral (que están muy bien reflejados en el tríptico pintado para la Hermandad) con regreso el 7 de mayo. Recuerdo que fue un clamor popular, porque se sacó la imagen más devota de Sevilla para rezar por la paz y por el cese de las muertes y de la guerra. Fue sólo una acción de gracias y a mi juicio fue por aclamación popular que saliera el Señor. La Virgen de los Reyes creo que también salió cuando se izó la bandera bicolor en el Ayuntamiento. Pero del clamor del Señor de gente y demás fue algo extraordinario. Recuerdo perfectamente a Pastora Imperio entre las mujeres que iban detrás del Señor. También recuerdo de aquellos años a Mercedes Esquivias, la viuda de Feijoo, que era tía abuela de nuestro Hermano Mayor, Enrique Esquivias, que con su Hermana la Condesa de Lubina, pero sobre todo ella, todos los días iba al Gran Poder y a la Virgen de los Reyes. Y me decía: “como tú, tengo las tres devociones que son para mí el Señor del Gran Poder, la Virgen de los Reyes y el Cardenal Spínola”. Porque el Cardenal, que murió en el año 1909, era en toda Sevilla considerado un hombre con olor de santidad, un olor que había permanecido especialmente en el barrio desde la fama de santidad desde niño hasta la famosa petición que hizo por las calles.

Luego empezaron sus estudios y el vivir la Hermandad un poco más lejos que en su casa del barrio.

Estuve en el Seminario del año 1947 al 1952, pero en aquellos tiempos el Seminario era una reclusión casi monástica. Tan era así que apenas había vacaciones. Por ejemplo en Navidad no había. En Semana Santa tampoco. En verano eran escasas porque había que ir al seminario de verano. Era una especie de clausura. Y de ver las procesiones, muy pocas. Algunos años nos llevaban a la Catedral, sobre todo si la sacola cantorum tenía que intervenir en los cultos. Luego la Hermandad de la Paz también la veíamos porque pasaba por delante. Pero un año ni tan siquiera nos asomamos.

La primera misa que dije fue en la Virgen de los Reyes. El párroco que había entonces, Fernando Torralba y García de Sodia, quería que la misa fuera en San Lorenzo, pero mi devoción era que la primera misa fuera ante la Virgen de los Reyes. Y entonces lo que hice fue invitarlo a que él predicara y él dijo que la Parroquia de San Lorenzo ese día se trasladaba a la Capilla Real, y claro vino media Sevilla y todo San Lorenzo. Me cantó la primera misa el Coro de los Novicios de Capuchinos, fue el 20 de junio de 1952. Nos ordenó 5 días antes Monseñor Lisón, que era de la Orden de San Francisco de Paúl, obispo dimisionario de Lima que se encargó de parte de la agenda del Cardenal Segura porque éste ya estaba muy mayor.

Y la segunda misa fue, condición innegociable de mi padre, delante el Señor del Gran Poder. Y tuve dos sacerdotes auxiliares, que en aquella época era obligatorio para que los primeros días no te equivocaras en nada referente a la liturgia. Y después tuve mis primeras dedicaciones ya parroquiales, en Écija, Valencina, y otros pueblos, por lo que ya venía a ver al Señor y demás, pero no podía estar tan cercano como en mis primeros años. 

Saltamos a los años sesenta, Don Camilo, y no podemos obviar el asunto que lanzó a la fama en su pregón de 1993 el Padre Javierre y cómo fue usted su guía en la Semana Santa en su “scooter”. ¿Cómo era el clero de aquella época respecto al Semana Santa y las cofradías? 

Lo primero, el “scooter” era como una moto, y no tenía arranque ni marcha atrás. Me pasé a él desde la moto por cuidar mis predicaciones y mis bronquios. Porque yo iba en la moto a todos lados, pero salía de predicar sudando, me montaba en la moto y me enfriaba. Al respecto de los curas de aquella época siempre los ha habido que se han involucrado sumamente y otros que no lo han hecho, eso pasa como ahora. Pero Javierre y yo éramos de los que nos gustaba, sí. Aunque yo creo que a la mayoría en el fondo le gustaban. Entonces, Javierre vino a Sevilla a escribir su biografía del Cardenal Spínola, magistral como todos sus libros y que yo recomiendo a todo el mundo: “El Arzobispo Mendigo”. Yo estaba de notario apostólico para la causa de beatificación y colaboraba con las Esclavas, con las que siempre he estado muy vinculado, y ellas me pidieron que fuera a por Javierre y que lo atendiera y vino en plena Semana Santa. Y yo fui con el scooter a recogerlo y, como no había tantas restricciones de tráfico, nos estuvimos moviendo para arriba y abajo, de una hermandad a otra y ésa es la anécdota. Por cierto, que Javierre se hizo hermano de la Soledad aquel año. Yo lo era desde que me ordené, a petición de Antonio Petit, y quizá por ello prefirió esa hermandad a otra.

Estamos en unos años en los que de nuevo hay un acontecimiento trascendental en la historia de nuestra Hermandad, la construcción de la Basílica, ¿Qué recuerda?

No lo viví en primer plano. Como todo el Barrio de San Lorenzo, el cambio de sede lo vivimos estremecidos, porque las primeras noticias decían que el Señor saldría del barrio, en concreto a la iglesia de San Hermenegildo y a la Gavidia. Como parroquiano y como vecino, yo también puse el grito en el cielo. Cuando por fin se consiguió el solar de Obras Públicas todo el barrio sintió un enorme alivio con la iniciativa del Vizconde, como le decíamos por entonces al Hermano Mayor, D. Miguel Lasso. Aunque siempre había quien decía que la capillita era un relicario, que era una preciosidad, pero uno se daba cuenta que en aquella capilla no se cabía. Por lo que aquello fue un logro para la Hermandad. Porque ahora ya no dependía de la parroquia para horas de apertura. Yo asistí al traslado aunque no lo viví plenamente. El cambio respecto a la Capilla de la parroquia ha sido muy bueno para la Hermandad. 

¿Y cómo recaló hace ya casi 30 años en nuestra Dirección Espiritual?

Después de distintos destinos, el Cardenal Bueno Monreal tuvo a bien encargarme que me dedicara a la Palabra, que ha sido como una segunda vocación en mí. Yo soy más bien nerviosillo y creí que no iba a servir para ello, pero luego me enmendé. Posiblemente porque me encomendé en una visita a París a Santa Catalina Laboure. Pero lo cierto es que esta cuestión me liberó de las tareas parroquiales para que yo me moviera predicando por donde me demandaran de toda España y al final también fui nombrado Capellán Real. Y me pude venir a vivir con mis padres a Sevilla y fui Delegado Episcopal para los primeros Consejos de Cofradías, con Sánchez Dubé y con Campos Camacho. Empecé a estar muy vinculado a las hermandades de nuevo, conocí a Antonio Ríos en el Consejo y me propusieron ser Director Espiritual de la Hermandad del Gran Poder. Y quiero recordar que fue Rafael Duque del Castillo, quizá con José Luis Gómez de la Torre los que vinieron a proponérmelo. Tomás Castrillo, Vicario General de la Archidiócesis, me había precedido en el cargo. 

En la Navidad de 1981 es nombrado Director Espiritual de la Hermandad del Gran Poder, ¿cómo ha sido esta misión apostólica?

Siempre he procurado, desde mi dedicación a la palabra fomentar el apostolado seglar, la obra y trabajo de los laicos. Me dediqué a dar charlas y cursillos apostólicos en ese sentido. Mi empeño ha sido siempre que se sientan útiles. Y en ese sentido, también con la Hermandad del Gran Poder, yo he intentado no estar sumamente presente. Hay que dejar que los laicos se responsabilicen. Más en una hermandad como la nuestra en la que todas las juntas que he conocido, hermanos mayores y distintos cargos, han sido personas responsables que han sabido llevar la Hermandad perfectamente. No sólo en cuanto a la organización interna de la Hermandad y externa de la cofradía, sino también el esplendor del culto, que la Basílica sea un referente espiritual, que se celebre la Eucaristía, que se atienda a los fieles, que se confiese, que se dé cobertura a los sacerdotes y todo lo que supone que este templo sea hoy uno de los centros de espiritualidad, devoción y santificación. Y todo ello ha sido gracias a los laicos.

En lo personal, recuerdo con especial emoción los dos quinarios que he predicado, el primero con Rafael Duque y el otro con la actual Junta, y creo que antes de ser Dr. Espiritual un triduo de la Santísima Virgen, que teniendo en cuenta que la acompañaba en mis años de nazareno, bien podría repetir… También recuerdo con especial cariño los retiros que celebrábamos. En especial alguno que hicimos en la casa de retiro que mi hermana y yo teníamos en

Salteras.

También recuerdo que en los años en los que he podido hacer la estación de penitencia, en las paradas rezábamos con los costaleros el Padre Nuestro y una breve plegaria en la que era impresionante la respuesta del público. Desgraciadamente ya no puedo acompañarlo más que un poco por la plaza y este año llegué hasta Jesús del Gran Poder. También me encantan las mínimas charlas, a especie de fervorín, antes de que salga la cofradía, que para mí son tremendamente emocionantes, tanto que hasta me tengo que tomar algo para tranquilizarme: cómo mira la gente, la devoción que se mastica y es impresionante la salida del Señor.

Otra cosa que me encanta es presidir los cabildos, y lo hago siempre que puedo. Que mucha gente no lo sabrá, que antes del inicio hacemos una meditación de las escrituras y nos encomendamos al Espíritu Santo. Y las veces que yo no estoy, me consta que el Hermano Mayor lo hace del mismo modo con gran recogimiento.

Pero lo más impresionante de estar cerca de la Hermandad del Gran Poder, y eso lo vemos todos, es cuando cualquier día vas a ver al Señor y te das cuenta de la piedad y la devoción que inspira y cómo está la Basílica llena de gente y en qué clima se postran ante el Señor.

Del tiempo que hemos estado en Santa Rosalía, que fue un mal menor porque al estar tan cercano el Señor y la iglesia ser un magnífico relicario, pues el Señor estaba muy adecuado y distinto. Aunque como en casa no se está en ningún sitio. De los traslados reconozco que sólo estuve en el de vuelta, y fue muy hermoso, acercando el Señor a calles de su barrio por las que no había pasado nunca.

De la vida interna de la Hermandad, cada Junta, sin herir susceptibilidades, tengo que decir que lo ha hecho muy bien. Y el progreso de la Hermandad es cada vez a mayor: culto divino, formación y participación de los hermanos, conferencias y charlas, la Bolsa de Caridad, aumentar la devoción al Señor… Recuerdo que una vez fuimos a ver al Cardenal Bueno Monreal, hace ya muchos años y cuando le dijimos lo que pagábamos por estipendios de misas y lo que sufragaba la Bolsa de Caridad, se quedó sorprendidísimo. Y eso en proporción ha seguido creciendo de un modo extraordinario. Sobre todo la Bolsa de Caridad. Hay que seguirse superando toda la vida, porque aunque ya hay mucho hecho, siempre habrá más cosas por hacer.

Otro ámbito de superación ha sido el de la participación de las hermanas, que se ha ido adaptando a las épocas hasta su incorporación total actual: bien desde cuando montaron la exposición en mis inicios, sus afanes recaudatorios, el servicio en aquellas primeras tómbolas, la costura… Además, las mujeres transmiten la devoción al Señor. Y esto, respecto a cuando yo era joven, ha cambiado mucho. Han pasado de estar sólo en los cultos, de camareras o de prestar sus joyas a incorporarse en todos los ámbitos.

Hay dos ámbitos de su vida particular que se habrán visto reflejadas en su cargo de Director Espiritual. De un lado sus largos períodos de estancia en Madrid y de otro la estrecha relación que mantuvo con la Casa Real, especialmente con los padres de el Rey Juan Carlos I.

Siempre que yo iba a Estoril me preguntaban por las cosas de Sevilla, y como sabían de lo mío con el Gran Poder, pues muchas veces les contaba. Incluso ya después traje una vez a la Señora, Doña María, a ver al Señor. Y como ella ya tenía la dificultad y no pudo subir al camarín, pues en su lugar se le bajó un cíngulo del Señor para que ella lo besara. Me contó Doña María que cuando niña iba mucho a ver al Señor y le hizo ilusión volver.

De los hermanos de Madrid hay dos cosas que son distintas allí, los hermanos de la cofradía que residen en Madrid y de otro la Hermandad de la Macarena y el Gran Poder de Madrid. Yo soy hermano de las dos, pero hay muchos casos que no. Como caso curioso una vez que fue la Hermandad a una convivencia con la de Madrid con José León de hermano mayor. Cuando yo estaba en casa preparándome para salir, recibí una llamada y era el hermano Pablo que me pasó al Cardenal Fray Carlos Amigo. Y oí la voz siempre cálida de nuestro prelado que me dice “Monseñor, tengo en la mano el nombramiento de Prelado de Su Santidad que me acaba de llegar”. Y me emocioné sumamente. Y yo le pregunté si lo podía hacer público y que iba a un acto con las hermandades del Gran Poder  de Madrid y de Sevilla y que lo quería contar. Y efectivamente, después de la homilía comuniqué en la Santa Misa que había recibido el nombramiento. Y en la reunión posterior, fue la primera vez que me llamaron Monseñor. Después me invitaron al Quinario en Madrid y me hicieron hermano. Yo llevo en San Isidro la hermandad de la Virgen de los Reyes de Madrid, y son los naturales vecinos porque están en capillas contiguas en la misma basílica.

Por último, D. Camilo, ¿qué tiene esta imagen del Señor del Gran Poder para que sea referente devocional de nuestra ciudad?

¡Ojalá pudiera yo responder a esa pregunta! ¿Qué tiene esta imagen? Para mí tiene una fuerza sobrenatural. Para mí y todo el mundo que conozco es la representación que más conmueve. Recuerdo a mis amigos los Ríos Mozo que acudían casi a diario a la Basílica, pero que cuando llegaba el besamanos, no podían ni besarle la mano de lo impresionados que estaban. Tiene algo de grandeza, de impresión que la hace la gran imagen devocional. ¡Y luego la advocación y el nombre: Jesús del Gran Poder! ¡Qué manera más valiente de llamar a Cristo! ¡Cómo lleva la cruz, la inclinación de la cabeza!… Y sobre todas las cosas la mirada de ternura y entrega. Ni tan siquiera en las situaciones en las que lo he visto como director espiritual en las fases de restauración, ha perdido un ápice de fuerza. Ahora, después de la última restauración me recuerda a mis tiempos de niño, porque claro, el oscurecimiento de la cara que era distinto al deterioro, ha sido en pocos años, tanto que se le estaba poniendo la cara color carbón. Y ahora me recuerda muchísimo a mis años de niño, a las fotografías antiguas.

Dice que sus tres devociones son la Virgen de los Reyes, el Señor y el Beato Spínola, pero que es hermano de muchas hermandades, “porque cuando predicas terminan haciéndote hermano”. De toda la vida es del Rocío de Triana o de la Soledad, aunque también está muy cercano a la Esperanza de Triana (su tío abuelo fue hermano mayor nada menos que entre 1931 y 1936), pero también de la Macarena, de la Quinta Angustia o de las Penas. No quiere perder oportunidad de seguir hablándonos de la Hermandad y ya la noche se pierde en la Madrugada, no podía ser de otro modo. Don Camilo no para. Se va a marchar en pocos días a Madrid, pero nos asegura que vuelve para montar el Belén por el puente de la Inmaculada… Y nos espera.