Antonio Burgos – La Cara del Señor

La Cara del SeñorABC 14 de enero 2006

Fueron llegando desde el día de la Purísima. Muchas, comerciales, seriadas, impersonales, frías, fueron al rito y la regla de la papelera, por el camino más corto. Otras, queridas, simbólicas, sentimentales, familiares, como cercanos belenes de cartulina, quedaron a lo largo de los días expuestas a la contemplación, portarretratos de la amistad o la memoria. Hablo de las tarjetas de felicitación de las Pascuas de Navidad.

Pasada la última carroza de la Cabalgata, no estrenamos año hasta que llegan estas doce uvas rituales de ir retirándolas de encima de la cómoda, del aparador del comedor o del mueble de la salita. Nos da pena quitarlas. Por el cariño, el arte, los recuerdos que entrañan.

Un año más hemos tenido que cumplir el rito. En un cajón está ya el tarjetón con nietos que nos mandaron los Reyes, las fotos de Infantas. Quedan guardados con otras tarjetas que hace quince, veinte años, nos mandó Doña María de las Mercedes, qué Reina más sevillana.

Entre los tarjetones de hogaño ha estado expuesto, Divina Majestad en jubileo circular, uno que lleva el retrato del Rey, mi Señor. Y ese tarjetón sí que no lo guardo en ningún cajón. Me lo he traído al escritorio, y lo tengo ahora aquí delante, para que cada mañana guíe el tecleo de la Verdad que El mismo dijo que nos hace libres.

Es el tarjetón de mi Señor. Me lo mandaron de su Casa del Rey para felicitarme las Pascuas. Traduzco: de la Hermandad del Gran Poder. Trae impreso a sangre el más impresionante primer plano de su cara que nunca he visto. Ni el Domingo de Ramos de cintitas moradas del besamanos le vi nunca tan soberana y poderosa su cara de Varón de Dolores. Cara cansada que parece que sale de una oscuridad que bien podría ser una esquina de recuerdos y rezos de viejas, Conde de Barajas, Molviedro, albores del Museo. Cara oscura, tiznada, que te hace pensar en el nombre familiar con que los costaleros del muelle lo nombraban, como si fuera, que era, un compañero más de colla y tinglado, que también cargaba con su trabajo en la cruz de sus hombros. Cara gastada, donde las encarnaduras escultóricas parecen salpicones de barro de un camino de la Amargura que por nosotros hizo tan dulce de incienso.

Viene a casa un amigo para quien también Sevilla es un sueño a los pies de este Señor. Le enseño el tarjetón indultado. La fuerza de esa mirada perdida. La contempla con igual emoción que si ahora mismo estuviera dando su zancada ante nosotros, sobre un paso racheado. Le sale del corazón lo que me dice:

-¿Y esta cara me la van a cambiar, me la van a emblanquecer?
Observa el amigo la nariz del Señor y me hace ver lo gastada

Viene a casa un amigo para quien también Sevilla es un sueño a los pies de este Señor. Le enseño el tarjetón indultado. La fuerza de esa mirada perdida. La contempla con igual emoción que si ahora mismo estuviera dando su zancada ante nosotros, sobre un paso racheado. Le sale del corazón lo que me dice:

-¿Y esta cara me la van a cambiar, me la van a emblanquecer?
Observa el amigo la nariz del Señor y me hace ver lo gastada

que está. Me pregunta cómo se le puede gastar la cara al Señor. Le digo:

-Pues como el contemplado mar de Pedro Salinas: «De mirarte tanto y tanto…» Al Señor le tienen gastada la cara los sevillanos, de tanto mirarlo para rezarle y pedirle mercedes.

Los sevillanos le tenemos gastada la cara al Señor de tanto darle gracias, camino de San Lorenzo que no cría yerba. Mi amigo y yo nos quedamos los dos en silencio, mirando la cara del Señor y temiendo que nos lo pongan a lo Corbusier, como cuando las catedrales eran blancas.

Y como el atardecer se ha metido en cera de tinieblas y luz de poesía, me dice un verso de Juan Ramón: «No la toques ya más, que así es la rosa». La rosa, no: el clavel, le digo. Y cuando le cito a García Lorca es como si le cantara una saeta a la cara del Señor en el tarjetón: «Cristo que pasa/de lirio de Judea/a clavel de España». No lo toques ya más, que así es este lirio de Judea, clavel de Sevilla.

ANTONIO BURGOS
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