Enrique Henares Ortega 2009

MI ENCUENTRO CON DIOS
(El Gran Poder. Este es el auténtico Hijo de Dios)

El pregonero es hombre y por lo tanto humano. Como humano ha caído muchas veces y siempre ha esperado la mano del Señor para asirla y poder levantarse. También ha tenido algún que otro Simón de Cirene que lo ha ayudado para llevar sus cruces, esas que todos tenemos que soportar durante la vida. Por eso el pregonero también tiene necesidad de tener un rinconcito en su pregón, algo íntimo, pero confesando que también busca a Dios.

Cristo tuvo hasta Tres Caídas, no en el pecado como yo, sino por el esfuerzo realizado para nuestra salvación. (…)

No importan las caídas. El Señor se mostrará levantado y poderoso, como diciendo que está dispuesto a llegar donde sea, con o sin fuerzas, por nosotros. Será cuando amanece sin querer despertarse la mañana del Viernes Santo. Los tonos del alba adquieren un matiz violeta, y como de entre la penumbra y la luz se nos aparece ese Gran Poder Todopoderoso que se nos antoja más hombre y más Dios que nunca, cuando por un camino bordeado de naranjos en flor, busca la Plaza de San Lorenzo, que será meta espiritual de todos los sevillanos cada viernes del año. La plaza verá durante doce meses cómo con puntualidad semanal acuden tantos y tantos sevillanos a justificar ante el Señor lo hecho durante siete días, y a pedir algo de la fuerza divina, algo de su Gran Poder para continuar en la jungla vital. No importará la hora, el Señor siempre estará esperando en su Basílica y en su altar o simplemente en su retablo de la Plaza, con una vigilia permanente.

Y en esa amanecida de Viernes Santo, figura emergente donde fijar nuestros ojos del cuerpo y del alma, nos dará igual quién esculpió tu imagen, quién tu zancada que alguien dijo de atlante a lo divino; lo que importará Señor es tu permanencia en el espíritu de tantas criaturas que sólo encuentran seguridad a tus plantas.

Lo que importará, Señor, es que seguirás siendo el padre único de tanto hombre o mujer falto de luz, de comprensión o de cariño.

Lo que importará, Señor, es que en tu maltratada cara, tantos y tantos seguirán viendo su doliente representación, y sólo en Ti alcanzarán el consuelo.

Lo que importará, Señor, es que la Cruz que abrazas es dolor, y en el dolor abrazas a todos los que se duelen.

Lo que importará, Señor, es que a la sombra del vuelo de tu morada túnica, a la mañana del Viernes Santo, acogerás a todo un pueblo que busca en Ti la salud del cuerpo y del espíritu.

Nos harás, Señor, tomar conciencia siquiera sea por un día de que Tú eres la verdad de Dios en la Tierra y el camino único hacia la verdad eterna.

Serás, Señor, la convocatoria de unión anual de tantas y tantas familias desde la madrugada al amanecer.

En esos momentos de la amanecida nada nos importará Señor, porque harás derramar lágrimas, unirás lo separado y romperás las gargantas hasta arrancar a golpe de corazón esa saeta del que agotó su voz y sólo tiene sentimiento a la espera de que le des vida para cumplir, al año próximo, no una promesa sino su peculiar estación de penitencia haciendo de la saeta su Cruz y queriendo cambiar el asidero del balcón por la manigueta de tu paso para sentirte más cerca.

Por todo eso, Señor, nada nos importará porque hoy y ayer todos pensamos que estamos contigo a la sombra de Dios.

Por eso Señor, porque esa es tu verdad, el pregonero a la mañana del Viernes Santo, cuando te vea doliente pero con varonil esfuerzo cruzar la Plaza del Museo a la búsqueda de la tuya de San Lorenzo, fijos en Ti sus ojos, se hará una eterna pregunta:

De qué carbón, madera de qué olivar,
cincel de la oscura madrugada,
apareció tu divina pisada
milagro andante del alborear.

De qué morado magisterio
tu rostro de sangre fría
se vuelve nuestra alegría
cuando tu pena es misterio.

De qué rincón escondido
de tu enlutada Sevilla
se hizo la maravilla
de tu moreno dolido.

De dónde tanta pasión,
de dónde tanto delirio,
de dónde tanto equilibrio,
de dónde tanta emoción.

De dónde toda tu fuerza,
de dónde todo tu amor,
de dónde tanto dolor,
para aliviar la pobreza.

De dónde tanto lamento
en tu Viernes soberano
de este pueblo sevillano
que sabe del sufrimiento.

En qué tierra te parieron,
como milagrosa flor,
clavel lleno de dolor
cuando su tronco partieron.

Te siento padre y hermano,
compañero y hasta amigo,
y soy el mudo testigo
del Gran Poder soberano.

Este padre y este hermano nos seguirá esperando en San Lorenzo y nosotros querremos ser sus celosos guardianes para que nunca nos falte, como mi buen amigo Rafael que los viernes va a verlo hasta dos veces como si se fuera a ir. Ya sé que te ausentaste tres veces, una con mala suerte y las otras dos como tenía que ser: una para hacerlo bien y la última para bordarlo, que un hermano mayor valiente, que no es lo mismo que imprudente, vaya, como en el toreo que una cosa es ser valiente y otra ser inconsciente, se armó de legalidad, virtud de la democracia; técnicamente buscó lo mejor de lo mejor, lo que se merece el Señor, y nos deja para siempre ese rostro tan humano que en el dolor nos recuerda lo que sufrió por nosotros y al acercarnos a Él, cuando principia la Semana Santa y ya agotado su talón, vamos buscando sus manos, va y se desata las dos y antes de poder besarlas nos da un abrazo de hermano, nos estrecha contra su pecho y nos susurra al oído: al que se llega hasta aquí siempre lo comprenderé, que yo también fui humano.

Gracias Enrique Esquivias, gracias hermanos Cruz Solís, gracias doña Isabel, os lo digo como hermano, os lo digo como devoto o simplemente como sevillano, que le pese a quien le pese, si es que a algún insensato le pesa, aquí hay Gran Poder para rato.

Por eso, Señor, podré seguir estando a tus pies para agradecerte que me lo has dado todo. Un hogar con una madre que no podía pasar un día sin visitarte y un padre que daba lecciones silenciosas y que con su sólo ejemplo hizo anidar en mí el hábito y el respeto al trabajo. Unos hermanos con los que nunca he tenido ni un sí ni un no. Un maestro, en lo profesional, que hizo de mí todo lo que soy ahora. Una mujer que junto a la fidelidad atesoró la paciencia y la esperanza. Unos hijos que son mi mismo futuro; sabes como disfruto con la personalidad del menor; sabes la emoción que sentí un Jueves Santo, cuando a la hora de igualar una primera de palio, oí la voz de nuestro capataz decir: Henares II, y me dije para mí, esto no se acaba, bendita sea la casta de los costaleros de Sevilla.

Me hiciste, Señor, cofrade, nazareno y costalero. Me has dado el don de la fe, saber esperar la esperanza y hacer de la caridad una virtud que no se enseña. Me conservas la salud y sobre todo, Señor, has sido mi asidero y mi luz cuando llegan las tinieblas. Y por si fuera poco, Tú y sólo Tú, me has traído hasta este atril orgullo de sevillanos.

Cuando fui tu costalero comprendí la verdad de tu grandeza. La malla de tu respiradero me permitía ver tantas y tantas miradas que ignoraban nuestros pies, nuestros movimientos, la hechura rica e inigualable que Ruiz Gijón le dio al canasto de tu paso. En silencio todas las miradas suplicantes y agradecidas para Ti. Una confesión unánime como la del centurión: verdaderamente éste es el Hijo de Dios.

Sí, el Hijo de Dios que es Dios mismo, cuando eres

Del alba violeta helado martirio,
yunque herido de sangre fría
abrazado a la Cruz del nuevo día
cuando muerto el sueño ya es delirio.

Morado, triste, inmarchitable lirio
que ni seco y muerto perdería
su tallado sentido de equilibrio
en el compás abierto de su hombría.

Grave y dulce rostro dolorido,
milagro de un artista estremecido
que dio a la luz tal maravilla

cuando esculpiera tu esfuerzo,
que a tu pasar todo es rezo
para el Señor de Sevilla.

Me quedaría mucho más tiempo hablando de Ti y hablando contigo, pero he quedado con un amigo que se encuentra afectado y en duda con esos tontos anuncios, de yo no sé quienes, que dicen que probablemente Dios no existe. No pienso convertirme en teólogo ni hablarle de las vías que demuestran la existencia de Dios. Voy a ser muy sevillano, lo voy a invitar a una copa en la Bodeguita de San Lorenzo y así, como sin querer, solamente le diré: mira si existe Dios que se llama Gran Poder y vive por aquí cerca.