Alberto García Reyes – La Misericordia del Gran Poder

Un Cierro a la MadrugadaDiario ABC de Sevilla, 23 de noviembre de 2015

El Señor saldrá a pregonar sus diez mandamientos en décimas

Sombra malva en la pared a contraluz de los ojos, la Soledad en sus abrojos y San Lorenzo con sed. Id, palomas, y bebed en los charcos de la luna que la Madrugada acuna en los brazos de San Juan esa noche de ruan: todas las noches en una.

La extrema unción en su cara escarpando su silueta, un pitón su manigueta que en la femoral se para. El estoque es una vara del tramo de la añoranza y su rasgo la balanza que en la negritud le oscila. De uno en uno la fila del poder de la esperanza.

Cabizbaja la serpiente que repta por su memoria, viperina y vil escoria la que nunca se arrepiente del murmurar de la gente en silencio mientras pasa el que todo frío abrasa. ¿No lo escuchas como viene? El que más manda no tiene más que la intemperie rasa.

Viene arrastrando los pies por el Duque, plaza abajo, qué lento su desparpajo cortando la muerte al bies. Le corre el tiempo al revés por ese oscuro garbeo, esa cruz es su apogeo, la recita tan despacio que la calle es el palacio del eco de su racheo.

Seguidillas bequerianas van susurrando sus labios mientras esculpen los sabios su paso de atarazanas en esas horas tempranas por el Arco del Postigo. Calentitos le predigo por pura necesidad, que no hay más autoridad que la «jambre» de un mendigo.

Recita en doña Guiomar los amores machadianos y los naranjos tempranos se le arrancan a cantar sus saetas de azahar. Entonces su pena expresa que no hay llaga más ilesa que la sangre cuando danza la gran bienaventuranza que le escribió Juan de Mesa.

Una zancada que anuncia la llegada del Mesías está escribiendo poesías sobre una alfombra de juncia y cada verso denuncia que la sangre es el tintero de los rezos del Cisquero cuando va por la Gavidia y toda Sevilla envidia la voz de ese pregonero.

Descalzo en los adoquines que convierte en mil claveles, sus pies son finos pinceles impregnados de jazmines, bautizando moecines por donde pisa su huella. Le va siguiendo una estrella para escuchar su homilía, qué dolor el de María cuando su hijo resuella.

Embajador de este tráfago que gira sobre la órbita de una cruz de carga inhóspita sobre los huesos de un náufrago y el esqueleto de un présago que anuncia las horas tétricas: salvación de siete prédicas. Recita versos terrígenos con pulmones sin oxígeno, ay, poeta de mil métricas.

En primavera el Poder, Misericordia en noviembre. Cada semilla que siembre arrancará a florecer cuando vuelva a fallecer el Señor el Jueves Santo cosechando nuestro llanto en los naranjos amargos. Sus versos son los más largos porque largo es su quebranto.

Solo en su reino sin trono con las manos en tensión. Esa es toda la pasión resumida en un icono. El Señor tiene un abono en el palco del perder, su derrota es tu vencer y el final es el comienzo cuando exclama en San Lorenzo su pregón el Gran Poder.