El Mundo, 5 de abril de 2007, Viernes Santo
Ahora que el mundo cofrade anda a la busca del Santo Grial, en cuanto a Semana Santa se refiere, no estaría de más que se dedicaran a ver lo que por razones múltiples no hacen. Redescubierto, finalmente, el Cristo con la Cruz al Hombro de la hermandad del Valle, esta pasada noche han tenido la oportunidad de ver dos joyas semidesconocidas: los palios del Gran Poder y del Calvario. Y hoy Viernes Santo, los de la Carretería y San Isidoro. Son cuatro palios diferentes que sólo tienen en común su belleza y su clasicismo innato. De todos ellos, quizás el palio de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso sea el más olvidado, seguramente porque el Gran Poder todo lo absorbe y casi no deja espacio para emoción alguna.
Es un palio poderoso como pocos, obra magna de Rodríguez Ojeda, con un manto espléndido y unas sayas que convierten el conjunto en una rara perfección que transmite ante todo paz y sosiego. Es un palio que además suena como pocos, quizás porque el silencio que le rodea sea especialmente sobrecogedor. Es curioso que la mayoría del público prefiera abandonar el transcurrir de la cofradía después de ver al Señor de Sevilla. No deberían hacerlo, porque se pierden algo muy importante de lo que significa la hermandad del Gran Poder. Aquellos que la conozcan bien, saben que en la hermandad son muy de su Virgen, es su tesoro escondido, su eslabón perdido con serenidad de su Cristo. El complemento perfecto, personificado en este caso en el San Juan que la acompaña, regalo de Juan de Mesa tras concluir la imagen del Señor, que de alguna manera deja bien claro la intención de que ambos pasos formen un todo homogéneo y reflexivo.
Pero todo lo dicho carece de sentido si nos se ha visto su andar por las calles de Sevilla ya casi desiertas, o se ha contemplado su entrada en la basílica del Gran Poder, con satisfacción y ese sabor agridulce de que todo está acabado. Después, siempre habrá tiempo de disfrutar con la Macarena o con La Esperanza y, desde luego, con los Gitanos.
Pero una vez que la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso entre en su templo, la oscuridad de la noche dará paso a la luz de la felicidad extrema y también desaparecerán la calma y el silencio de nuestras calles. Da igual por dónde la vean, es más, me encanta contemplarla dejándose ir, seguirla por detrás, intuyéndola más que viéndola, porque de algún modo veo e intuyo al Gran Poder, que es la ciudad en sí misma, y a la par siento a la hermandad que día tras día la cuida y venera. Ha habido intentos de cambiar la imagen, pero jamás, acertadamente, se han llevado a cabo, sería un error, entre otras cosas porque es una magnífica talla, que siempre nos ha acercado al Señor de una forma muy peculiar. Fíjense en Ella la próxima vez que vayan al Gran Poder y descubran su grandeza y esplendor. Escuchen su transcurrir en la Madrugada de Sevilla, tan elegante y diferente al resto, porque de seguro no se les olvidará jamás. Como la hermandad no olvida que sus orígenes están ligados a la devoción a la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso.
La Semana Santa de 2007 está a punto de acabar. Espero que algo les haya reparado a ustedes, que les haya servido para reflexionar sobre los placeres y los días que nos restan y esas sensaciones que no debemos dejar aparcadas durante el resto del año. La ciudad debe evolucionar, pero los sentimientos que la sustentan no. Los espacios cambian, pero no las sensaciones que éstos almacenan. En nuestras manos está el que se transmita de generación en generación lo que ha sido e indicar el camino de lo que nunca debe dejar de ser. Ésa y no otra es la misión que Sevilla cumple cada primavera de Domingo de Ramos a Domingo de Resurrección con exquisita puntualidad.